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Juan Pablo II - Al Consejo Internacional de Judíos y Cristianos julio 1984

PALABRAS DE JUAN PABLO II

AL CONSEJO INTERNACIONAL DE JUDÍOS Y CRISTIANOS

Julio 1984

 

Queridos amigos, Señor Presidente y miembros del Comité Ejecutivo del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos:

 

1. Le doy las gracias, Señor Presidente, por sus afectuosas palabras de saludo, en las cuales me acaba de presentar los propósitos, trabajos y competencias del Consejo Internacional de Cristianos y Judíos. Y doy también las gracias a ustedes, miembros del Comité Ejecutivo, por su cortesía al visitar al Papa con ocasión de su Coloquio Internacional, que tendrá lugar en Vallambrosa la próxima semana. Bienvenidos a esta casa, donde las actividades de quienes promueven el diálogo entre cristianos y judíos y están personalmente comprometidos en él, son seguidas de cerca y apoyadas calurosamente. Verdaderamente, es sólo por medio de un tal encuentro de mentes y corazones, extendido fuera de nuestras respectivas comunidades de fe, y también quizá a otras comunidades de fe, como ustedes intentan hacer con el Islam, como tanto judíos como cristianos pueden aprovechar su “gran patrimonio común espiritual” (cf. Nostra Aetate, 4) y hacerlo fructífero para su propio bien y para el bien del mundo.

 

2. Si, un “gran patrimonio común espiritual” que sería, en primer lugar, traído al conocimiento de todos los cristianos y judíos y que abarca no solamente tal o cual aislado elemento, sino una sólida, fructífera, rica herencia religiosa común: en monoteísmo; en fe en un Dios que como un padre amoroso cuida del genero humano y escogió a Abraham y a los profetas y envió a Jesús al mundo; en un común patrón litúrgico básico y en una conciencia de nuestro compromiso, fundado en la fe, hacia todos los hombres y mujeres necesitados, que son nuestros “prójimos” (Cf. Lv 19,18 a; Mc 12,31 y paralelos).

 

A causa de estar tan comprometidos en la educación religiosa de ambas partes, las imágenes que cada uno de nosotros se forma del otro deberían estar realmente libres de estereotipos y prejuicios, deberían respetar la identidad del otro y deberían, de hecho, preparar a la gente para los encuentros de mentes y corazones recién mencionados. La adecuada enseñanza de la historia es también una tarea de ustedes. Tal tarea es muy comprensible dada la triste y enredada historia común de judíos y cristianos (historia que no es siempre enseñada o transmitida correctamente).

 

3. Existe de nuevo el peligro de una siempre activa y a veces incluso renovada tendencia a hacer discriminación entre personas y grupos humanos, supervalorando unos y despreciando otros. Tendencia que no duda en ocasiones en usar métodos violentos.

 

Detectar y denunciar tales hechos y permanecer juntos contra ellos es una doble acción y una prueba de nuestro mutuo compromiso fraternal. Pero es necesario ir hasta las raíces de tal mal, por medio de la educación, especialmente educación para el diálogo. Esto, sin embargo, no sería suficiente si no fuese conectado con un profundo cambio en nuestro corazón, una verdadera conversión espiritual. Esto significa también un constante reafirmar los valores religiosos comunes y trabajar en orden a un personal compromiso religioso de amor a Dios, nuestro Padre, y de amor a todos los hombres y mujeres ( cf Dt 6,5; Lv 19,18; Mc 12,28-34). La regla de oro, estamos bien enterados, es común a judíos y cristianos igualmente.

 

En este contexto debe verse su importante trabajo con la juventud. Posibilitando reunirse a jóvenes cristianos y judíos, y capacitándoles a vivir, charlar, cantar y rezar juntos, ustedes contribuyen grandemente a la creación de una nueva generación de hombres y mujeres, mutuamente comprometidos por cualquier otro y por todos, preparados a servir a quienes lo necesitan, sea cual sea su profesión religiosa, origen étnico o color.

 

La paz del mundo se construye en esta modesta, aparentemente insignificante manera. Y estamos todos comprometidos por la paz en todas partes, entre las naciones y dentro de ellas, en particular en el Oriente Medio.

 

4. El común estudio de nuestras fuentes religiosas es de nuevo uno de los puntos de su agenda. Les animo a una buena aplicación de la importante recomendación hecha por el Concilio Vaticano Segundo en su declaración Nostra Aetate, n.4, sobre “estudios bíblicos y teológicos” que son fuente de “mutuo conocimiento y aprecio”. De hecho tales estudios realizados en común, y totalmente diferentes de las antiguas “controversias”, favorecen el verdadero conocimiento de cada religión, y también el alegre descubrimiento del “común patrimonio” del que hablaba al comienzo, siempre en una cuidadosa observancia de la dignidad del otro.

 

Que el Señor bendiga todos sus esfuerzos y les recompense con la bienaventuranza que Jesús proclamó en la tradición del Antiguo Testamento, para aquellos que trabajan por la paz (cf Mt 5,9; Sal 37 (36), 37).

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